Prefacio de Juan Perez 1556

 

            Al todo poderoso rey de los cielos y tierra Jesu Cristo: verdadero Dios y hombre: muerto por nuestros pecados, y resucitado por nuestra justificación: glorificado y sentado a la diestra de la Majestad en los cielos:  constituido juez de vivos y muertos: Señor y hacedor de toda criatura, sea gloria, y honra y alabanza en siglos de siglos.

            Por andar la virtud y la bondad que la engendra tan solas por el mundo, y ser tan maltratadas de la mayor parte de los hombres, los que pretenden de ser sus vasallos, y se emplean en servirle con aprovechar a muchos, se suele favorecer de las Potestades que Dios tiene ordenadas, y puestas en la tierra, para defenderlas y ampararlas.

            Por esta causa dedica sus libros a los Reyes, Príncipes, y grandes señores, reconociéndolos en esto por patrones del bien público y mantenedores de la virtud, para dar con esto ánimo a los que la quisieren seguir.

            Mi intención en traducir vuestro Testamento rey de gloria, ha sido serviros, y aprovechar a los que son recodernidos con vuestra preciosa sangre, como vos Señor bien sabéis, pues sois el autor de ella.  Y pues se ayudan los otros de la potestad de los grandes, para dar seguridad a sus libros, por ser este vuestro, me he querido yo Señor favorecer de vos en dedicároslo, pues sois el sólo grande y sólo poderoso, para que así los que redimiste, gocen y reciban el fruto de vuestro trabajos.

            Porque siendo esto como es, todo vuestro, y cosa tan propia para conocer y glorificar vuestro Nombre, salga y se publique debajo el título y amparo de vuestra Majestad, pues sois el que da principio, crecimiento, y perfección a todo bien.  Por vuestro mandato ha sido traducido, y el que dio virtud y fuerza para ello, sois vos.  Y pues lo que en ello se ha hecho, lo he recibido de vuestra graciosa mano os lo ofrezco todo, certificando y confesando que vos solo sois el origen y manantial de todos nuestros bienes: y que por amor de vosotros nos son comunicados, habiéndolo merecido así la plenitud de vuestra justicia y los muchos y tan agradables servicios que por nosotros hicisteis a vuestro Padre y nuestro.

            Que otra cosa es esta obra sino un sumario de vuestras verdades y miseraciones, contra las cuales trae guerra el mundo noche y día? La causa de esta guerra, no es otra, sino el ser vuestras, y ser vos mismo el autor de todas ellas, y el tener mandado que los que quisieren ser y llamarse vuestros, os sirvan, y os conozcan por ellas.  Por tanto Señor me he acogido a vos, tomándoos por Patrón, pues en esto (según vuestro mandamiento) se busca vuestra gloria.

            Para que como sois autor de esta obra que tanto amáis, seáis también tutor, y que así tiemblen y teman los malos de hacer nada contra ella, teniendo por cierto que la mano de vuestra potencia alcanzar a tomar venganza de los que en esto fueren atrevidos y desacatados:  Y los que son buenos, y los que de nuevo lo quisieren ser, estando por esta vía certificados de que vuestra voluntad es que se aprovechen de ella, se gocen, y saquen el fruto para que les ha sido dada.

            Multiplicados por esta vía los ciudadanos de vuestro reino os comenzarán a servir y dar alabanzas en esta vida, para que después en la otra os las den sempiternas, pues tan digno y glorioso es vuestro Nombre.  Mandas son las de este Testamento que pertenece a todos los que son bautizados, y tienen el nombre de Cristo, al cual se lo dedicamos como a cabeza y Príncipe de ellos, y también se lo ofrecemos a ellos como propio bien suyo, sin el cual no puede agradar a Dios, ni pretender derecho a su Reino.

            Empero singularmente lo presentamos a los que de ellos son más eminentes en poder y autoridad.  Porque la obligación que tiene de defenderlo del furor de los malos, es tanto mayor que de los otros, cuanto su estado es mayor, y cuanto tienen singular vocación y llamamiento de Dios para esto.  Entre los cuales Cristo Santísimo rey donde Philippe es el primero y principal.

            Cosas altas y excelentes pertenecen a los grandes: a vuestra alteza Rey cristianísmo, pues Dios le ha tanto sublimado, pertenece emplearse en esta por ser la mayor, mejor y más alta que hay en la tierra.  El autor de ella que es el unigénito Hijo de Dios os la encomienda, para que en defenderla y propagarla se manifieste que es vuestra alteza del número de aquellos santos Reyes amados, y amadores de Dios, que tenían entendido que la principal parte de su reinar consistía en dilatar la religión del cielo, y en procurar que fuese conocido, y servido el autor de ella.

            Hacer esto pertenece propiamente a vuestra alteza en sus reinos.  Porque si los reyes paganos con tanto cuidado defienden los errores de sus vanas religiones, con cuanta mayor diligencia debe todo rey cristiano defender, y trabajar que todos entiendan las verdades y reglas de su cristiana religión?  las cuales se contienen en este libro, y fueron venidas del cielo, y enseñadas de nuestro Redentor, y mandadas enseñar a los hombres: y que por saberlas y guardarlas, se promete en él copiosa remuneración.

            Defender y seguir la doctrina de este libro, es la vena por donde son enriquecidos y prosperados los reinos.  Esto es lo que hace a los reyes dichosos y amados de sus vasallos, y lo que preserva de todo mal a los unos y a los otros.  Por este medio los bienes espirituales y temporales van en crecimiento cada día, y los males se disminuyen y deshacen: Con esto florece la verdad que es la regla y el nivel de regirse así santamente, y de bien gobernar a los otros.

            Fantástica es cierto y vana la prosperidad donde esto no va a la delantera.  El premio pues que por este servicio vuestra alteza recibirá en esta y en la otra vida, no será conforme a la cortedad de nuestro entendimiento, sino conforme a la grandeza y Majestad de Dios.  Al cual plega hacerle victorioso no sólo contra los enemigos que se ven, sino también contra los invisibles, y después de larga y próspera vida, meterlo en la posesión del Reino eterno que tiene aparejado para todos sus siervos.  Amén.

 

EPISTOLA EN QUE SE DECLARA QUE COSA SEA NUEVO TESTAMENTO, Y LAS CAUSAS QUE HUBO DE TRADUCIRLO EN ROMANCE.

 

            Después que los Padres del género humano que habían sido criados en santidad y en justicia, se hubieron apartado de la obediencia del mandamiento divino, y metido en un profundo abismo de males de donde por sus propias fuerzas no podían salir:  movido Dios de misericordia, les hizo la Promesa de vida y de reconciliación: En que es notífico que la Simiente sacrosanta de la mujer quebrantaría la cabeza de la serpiente que los había engañado, y por la fuerza de su virtud le sacaría la presa de entre las manos, que era restituirlos a ellos en la libertad y en los bienes que por el pecado había perdido.

            Después fue esta Promesa más ampliamente revelada a Abraham cuando le dijo Dios que por su Simiente sería benditas todas las naciones de la tierra, significándole por estas palabras, que de su simiente vendría Jesu Cristo según la carne, por cuya bendición sería santificados todos los hombres.

            Otra vez fue la misma Promesa repetida y confirmada por testimonio de los Profetas.  Venido ya el tiempo del cumplimiento que Dios tenía ordenado, envió al mundo a su Hijo unigénito, el cual se hizo hombre tomada carne humana de la santa y siempre virgen María, como lo había profetizado Isaías.  Y fue el cumplimiento y fin de la Ley, y de aquella tan repetida Promesa.  Cuando fue llegado a perfecta edad de treinta años, después de haber recibido el bautismo, y vencido al tentador, comenzó el oficio de su predicación: en que declaró al mundo la dignidad de su persona: Quien era, y a que venía, y de quien era enviado.  Como él era el que había de ser dado en la cruz por la redención de los hombres.  Recibió a merced a todos a cuantos a él vinieron con conocimiento y odio de sus culpas: restituyólos a la amistad de Dios, e hízolos partícipes de sus bienes.  Todo el tiempo de su predicación hizo cosas admirables, y obras dignas de su persona divina, con tanto poder que aun hasta sus enemigos, y todos los que lo veían convencidos muchas veces de la virtud con que las hacía, confesaba que él era el Prometido por los Profetas, y que otro que Dios no podía hacer tales obras.  No sólo los hombres, sino también los Angeles, y todas las otras criaturas le dieron testimonio, lo reconocieron y confesaron por su Dios y Señor.  Después que hubo concluido la obra de nuestra redención, y conquistando a sus enemigos y hechos de ellos glorioso triunfo, subió al cielo a reinar con el Padre: El cual lo sentó a su diestra, y le dio nombre sobre todo nombre, absoluto y universal imperio sobre toda criatura.

            Y desde allá después de pocos días envió al Espíritu Santo sobre sus discípulos según la Promesa que les había hecho antes que se partiese de ellos.  Por el cual fueron confirmados en la doctrina que de él habían aprendido, y recibieron clara inteligencia de los misterios que hasta entonces les habían sido obscuros, y muy difíciles de entender.

            Porque él es el que abre los tesoros de la redención del Señor a los suyos.  Ellos pues como testigos de vista, inspirados por el mismo Espíritu del cielo, dieron nuevas al mundo, de quien era Jesu Cristo y de lo que le habiá visto hacer y decir todo el tiempo que estuvo con ellos.

            Y pregonaron que él es nuestra sabiduría, nuestra justicia, santificación y redención: Que él es el sumo y eterno Sacerdote según la orden de Melchisedech, que nos abrió el cielo por la profecía de su muerte, y entró en él con grande triunfo, y tiene allá tomada la posesión del Reino por nosotros: y que fue el sacrificio que de sí mismo ofreció en la cruz, de virtud y eficacia tan inmensa y tan agradable a Dios, que por ella le aplacó para siempre jamás, y ganó un irrevocable y sempiterno privilegio de salud y de paz a todos los que creyeren, y se confiaran en él como su único remedio:  Y que Dios tomó tanto contentamiento en lo que el hizo por los hombres, que todos los que en él se confiaren, los tendrá tan amparados y seguros por amor de él, que ningún mal podrá jamás tener dominio, ni prevalecer contra ellos: pero que siempre con seguridad navegaran por el mar tempestuoso de este mundo hasta llegar a desembarcar al puerto de la vida eterna.

            Todos los discípulos con grande concordia, cada uno por su parte éstas tan alegres nuevas por el mundo: Mas el Señor eligió de ellos lo que a él pluguió por sus Historiadores y Cronistas.  Los cuales por su mandato, guiados por su Espíritu, a ejemplo de los Profetas, pusieron por escrito fidelísimamente las obras, las palabras, las maravillas y hazañas del Señor: y asimismo su encarnación y nacimiento, y lo que le pasó con los hombres desde que comenzó su predicación hasta su subida a los cielos, y la misión del Espíritu Santo.

            Quiso la Divina bondad que quedase entre los hombres un fidelísimo registro y un perpetuo memorial de todas sus Promesas, y del cumplimiento de ellas: Que no fuese como un depósito de todos los bienes, para ser con ellos sustentados ordinaria y espiritualmente.

            La suma de todo esto, que es el discurso de la doctrina de nuestro Redentor, el proceso de su vida, de su muerte y resurrección, y la recapitulación de sus obras y milagros, se llama Nuevo Testamento.  Dícese Nuevo en respecto del Viejo que era imperfecto, y le había de reducir a éste, y así fue abrogado y cesó.  Pero éste es Nuevo y eterno que no se envejecerá, ni podrá jamás faltar, porque es Jesu Cristo el mediador que lo confirmó, y ratificó con su muerte.  La Escritura le llama también Evangelio, que quiere decir buenas y alegres nuevas: porque en él se declara que Cristo, sólo, natural y eterno Hijo de Dios, fue hecho hombre para hacernos hijos de Dios por la gracia de adopción.

            Y así el solo es Salvador, el cual es nuestra redención, nuestra paz, nuestra justicia, nuestra salud y vida, y cumplimiento de todo bien.  La historia de las cosas no es semejante a las historias y escrituras humanas, Las cuales son cosa muerta, y narración de cosas pasadas ye no tienen ya ser ni virtud.

            Pero esta historia sagrada de obras y hechos vivos que todavía hablan, y nos enseñan a conocer y agradar a Dios: la cual viene juntamente acompañada del Espíritu y virtud del Señor que los obró.  Para que así sepamos, y creamos verdaderamente que lo mismo que entonces Cristo en persona hacía por la potencia de su virtud con los que a él iban, y lo recibían effetua el día de hoy, y hace realmente con todos los que la leen, oyen, y reciben su Palabra.  Porque puesto que él está ausente de nosotros cuanto a su presencia corporal, no por esto en su Evangelio deja (como lo prometió) de estar presente su poder, su verdad, su misericordia, su justicia, su virtud y su Espíritu que sana, libra, transforma y alumbra a los que le reciben, y creen como él manda.  Y pues es ya subido al cielo donde está sentado a la diestra del Padre, y no lo vemos, ni oímos de la manera que lo vieron, y oyeron los que vivían cuando predicaba en este mundo, es necesario (si deseamos ser salvos) que como en un vivo espejo lo veamos en su Testamento: Donde con mucho fruto, y saludable alivio de nuestras conciencias le podemos oir predicar a todos, perdonar a los pecadores sus pecados, consolar a los afligidos, librar endemoniados, sanar leprosos y curar llagados, hartar los hambrientos, resucitar los muertos, y dar vista a los ciegos.

            Oyéndolo y viéndolo así, tendremos entrada a él libre y desembarazada para pedirle con confianza todo lo que hubiéremos menester en cualquiera necesidades, y angustias que estuviéremos.  Porque es el mismo siempre, y nunca ha mudado su natural condición, ni muda la aflicción y amor que nos tiene por habernos redimido.  Y así en habernos dejado este tan singular beneficio, nos dejó también su Espíritu y su virtud, con que él mismo obra no con menor eficacia en sus oyentes y lectores al presente que solía obrar entonces con su predicación en los que con humildad le oían.

            Dos causas me movieron a tomar no liviano trabajo de traducir lo de la lengua en que originalmente fue escrito, en nuestro común y natural romance, la una que sintiéndome muy obligado al servicio de los de mi nación según la vocación con que me llamó el Señor a la anunciación de su Evangelio, parecióme que no había más propio para cumplir, sino en todo, a lo menos en parte con mi deseo y obligación, que dárselo en su propia lengua, traducido con toda fidelidad:  obedeciendo en estro a la voluntad del Señor, y siguiendo el ejemplo de sus santos Apóstoles.  Para que así los que no pudieron oirlo, y quisieren, y supieren leer, puedan sacar de él fruto para el cual nos fue dejado de Jesu Cristo.

            Porque esta doctrina no fue dada a una nación, ni a cierta condición de personas, ni tampoco para ser escrita en una, o dos lenguas solamente.  Bien es universal dado a todas las naciones de la tierra, para ser puesto en sus lenguas y entendido por medio de ellas.  Doctrina es necesaria a chicos y grandes, a viejos y mozos, a ricos y pobres, a siervos y libres, a ignorante y sabios, a altos y bajos, a pecadores y justos.  Todos tienen parte en ella, y cada uno de cualquier estado, y condición que sea, la tiene tanto mayor, cuanto más se humillare, y cautivare su entendimiento a los que ella enseña.

            No hay aquí acepción de personas, sino que quien más verdaderamente creyere, y más amares, más entenderá.

            Quien más la obedeciere, y más se le sujetare que los otros, será en esta parte más aventajado que ellos.  Para ser su discípulo más le pido afición, y sumisión de voluntad que viveza de entendimiento.  Y donde hay lo primero, aunque haya flaqueza en lo segundo, no impide a la verdadera inteligencia de lo que aquí el Señor enseña.  Para entender las ciencias humanas y a puechar en ellas, requiérese entendimiento de hombres.  Y cuanto más agudo y sutil fuere el hombre que las aprenda, más parte tiene en ellas.

            Mas para esta ciencia divina que nos dejó el Hijo de Dios, requiérese entendimiento alumbrado singularmente con la luz del cielo, el cual no se da a los hincados con su propio saber, a los que revientan de muy entendidos, y se desdeñan de abajarse a oirla, ni a los soberbios y presuntuosos, sino a los humildes, a los desconfiados de sí y de sus cosas, y a los que andan con hambre y sed de conocer al Señor, y de servirle según su voluntad.  Estos tales cogen de ella copiosos frutos, y son los que perseveran en su obediencia hasta el fin.  Los sabios del mundo quédanse ayunos de esta, que es la verdadera sabiduría.

            Porque las cosas que ella enseña con ser altas en supremo grado y tan necesarias a salud, las tiene por bajas y rateras: por esta razón las desecha, y las tiene por locura, y por cosas que va poco o no nada, en saberlas o no saberlas.  De aquí es que se quedan aislados en su sabiduría, o por mejor decir, en su verdadera ignorancia, y atollados en una grande espesura de tinieblas y desvaríos.  Mas la gente común como por la mayor parte carezca de tal arrogancia y presunción de entendimiento puesto que tiene otros muchos vicios, es pronta para aprender la doctrina de Jesu cristo, y óyela con mayor perseverancia y es más obediente a todo lo que dice y manda.  ¡Cuán poquitos de los más hábiles y enterados la recibieron, y se abrazaron a ser discípulados del autor de ella!  A lo más hallaremos dos o tres de éstos en el evangelio, que se aventuraron, renunciando su saber, a seguir al Señor: como fue Natanael, Joseph de Arimathea, y Nicodemo.

            Y cuán muchos de los otros ignorantes, pobres, enfermos, afligidos, y gente de pueblo le seguían, y se preciaban de ser sus discípulos.  No rehusaba pena ni trabajo, por seguirle por donde quiera que fuese.  Por los campos, y por los desiertos estaban los caminos llenos de gente vulgar que iba en pos de él con hambre, y sed de oirle y recibir de sus beneficios.

            Si consideramos con atención la historia del Evangelio, hallaremos que los sabios que eran estimados, y tenían nombre en el pueblo, fueron los que mayor guerra y contradicción hicieron al Señor.  Porque tenían por punto de honra no creer en él ni aceptar su doctrina con ser tal cual era.  Estos eran los que cada día entraban en sus cabildos con deseo de quitarle la vida, y se desvelaban por hacer que fuese aborrecido del pueblo, y que tuviese a su doctrina por mala y escandalosa, y que así lo desechasen a él, y a ella, como a cosa perniciosa, y perturbadora de la fingida paz, y contento en que vivían.

            Hallaremos también en la misma historia innumerables en ejemplos de con cuanta humanidad trata Jesu Cristo a los pecadores, comiendo familiarmente, y bebiendo con ellos.  Como no se desdeña de conversar, y tratar con los rudos, y simples: Cuan de propósito les habla, y los enseña: De que comparaciones tan familiares, y tan comunes usa con ellos, para darles a entender lo que les decía.  Y ellos cuan de voluntad le oían, y estaban pendientes de su boca para recibir sus verdades sin hacerle contradicción, ni resistirle en nada.  ¿Qué otra cosa es esto sino una imagen viva, y una declaración más que evidente del querer de su voluntad cuanto a la manifestación de su doctrina a toda suerte, y condición de personas?  Porque como Dios de todos, quiere que a todos, y a cada uno les sean manifestadas sus leyes, y ordenanzas, así de palabra como por escrito, para atraer a sí todas las criaturas que él formó dotadas de razón, y hacerlas por este medio partícipes de su bienaventuranza.

            Para este fin envió el Espíritu Santo sobre sus discípulos el día de Pentecostés, que los enriquecieron con un don de lenguas tan admirable, para que pudiesen divulgar sus maravillas, y descubrir sus secretos a todas las naciones que están debajo del cielo.  Lo cual ellos hicieron diligentísimamente.  ¿Qué provecho traería el sol al mundo, si jamás saliese, ni hiciese los efectos, para que fue creado?

             ¿Qué utilidad hay en la muerte del Señor Jesu Cristo, y en todos los bienes que hizo por la salud del género humano, si aquellos para quien los hizo no lo saben, ni los entienden?  De no entenderlos, nace no tenerlos en estima, ni hacer caso de ellos: y por otra parte soltar la rienda a los vicios, y estarse en ellos de voluntad.  El leer y saber las palabras de Dios, es el soberano remedio para destruir, y desterrar los vicios, y convertirse a él los viciosos, y tenerlos sujetos en su temor, y en su verdadero conocimiento.  De donde viene que el día de hoy los vicios, y los pecados reinan tanto por todas partes, sino de que los hombres por no conocer, y tratar familiarmente estos beneficios, no les tienen afición: teniéndola muy grande a los males que les son familiares, de los cuales están llenos los libros que suelen leer por su pasatiempo.  Los santos Apóstoles entendida la intención y voluntad de su Maestro para cumplir bien su ministerio, y divulgar más ampliamente los que les había encargado, no escribieron en lengua Hebraica por ser entonces familiar a pocas personas, y a estas doctas en las santas Escrituras, ni tampoco en lengua Siriaca, o en Latín por la misma razón.

            Pero casí todos escribieron el Evangelio en lengua Griega: porque era entonces usada, y entendida no solamente en Grecia, sino también entre los Hebreos y los Romanos, y generalmente entre todos los que habitaban en Asia, y en Europa que entonces estaban sujetos al imperio Romano.  Porque el Latín, ni otra lengua ninguna no era en aquel tiempo tan familia a todos, ni tan común como la Griega.  De manera que el estudio de los Apóstoles era, como de hombres enseñados del Espíritu de Dios, buscar ocasiones de dar a lso hombres en lengua que todos entendían el Evangelio clara y familiarmente, para que de esta manera provocarlos a conocer, y amar a Jesu Cristo, oyéndolo hablar en lenguaje que entendían.  Tenían bien sabido los santos varones de Dios, que es cosa de ningún fruto leer el Evangelio en lengua peregrina, donde el que lee, no entiende la significación de las palabras, ni la intención de lo que pretende en ellas el que las mandó escribir.

            ¿Por que qué provecho puede ninguno sacar de lo que no sabe ni entiende?  No hay religión, ni santidad ninguna en no entender lo que Dios quiere que todos sepan, y lo que expresamente tiene en muchos lugares mandado que todos entiendan.  Porque si los Apóstoles creyeran que había alguna necesidad de esto, o que había alguna santidad en no entender todos el Evangelio, por idiotas e ignorantes que fuesen, sin duda ninguna lo hubiera puesto por escrito en alguna lengua obscura y no usada de todo el mundo, o hubiera escrito sus Epístolas en lengua que no era común y usada entre aquellos a quienes escribían, para que solamente los sabios de entre ellos las entendieran, y los otros se quedaran ayunos por no haber sido ejercitados en letras.

            Por manera que en no haberlo hecho ellos así, nos mostraron claramente que tampoco lo debemos hacer nosotros, si con verdad queremos ser sus condiscípulos, y ser regidos con el Espíritu que ellos lo fueron, y buscaron en todo la gloria del que nos redimió a costa de su propia sangre: como ellos la buscaron.

            La otra de dos causas que arriba dice que me movieron a este trabajo, fue por servir a la gloria de mi nación: La cual es afamada por todas partes de animosa, y de victoriosa.  Y ella también que se gloría de estar la más limpia, y la más pura de todas las otras naciones, cuanto a los errores que se han levantado por el mundo contra la religión Cristiana.  Vencer a otros, cosa es que se tiene por gloriosa, y muy estimada delante los hombres: pero vencerse así, es de mucho mayor gloria, y de mayor honra para delante de Dios: Porque sobrepujar a los enemigos domésticos es el camino de sujetarse a él enteramente: y vencerlos, es tanto más glorioso, y más de desear cuanto es más peligrosa la guerra que dentro de casa nos hacen, y cuanto son más preciosos, y más duraderos los bienes que están puestos por premio a los vencedores.  Lo con que se alcanza esta victoria que es la mayor, y más ilustre de todas cuantas se pueden pensar en este mundo, es la lección, y la inteligencia de lo que en esta libro sagrado se contiene.  Por esto doy en romance, para que lo entienda y lo pueda alcanzar y gozar.

            Cosa es cierto digna de honor, y de gloria estar exenta de errores, y de todo lo que los acompaña.  Cada cual de la nación debe trabajar cuanto pudiere en que tal gloria no se pierda. 

            Yo por mi parte he procurado darle defensivos con que está siempre gradada de mal, y que los errores no hallen lugar ni entrada en ella: en darle el Nuevo Testamento, donde están sumadas todas las reglas y avisos venidos del cielo.  Así para conocer sin falta todos los errores, como para huirlos verdaderamente, imposible es que sea duradera y permanente su gloria, sino es con la ayuda, y lección ordinaria de estas reglas, con la continua meditación de estos avisos.  Contra el Evangelio: contra las ordenanzas y Leyes divinas, son los errores que se levantan, y que siempre se han levantado en el mundo: El que está ignorante de él, y no las lee a ellas a la continua, no puede tener defensa que baste contra ellos.  Decirle al hombre que esté sobre aviso, y que le guarde que no le comprendan los males que necesariamente han de venir: y no darle regla cierta, y suficiente aviso para conocerlos, es tanto como a uno que nació ciego del vientre de su madre, decirle que vea claramente: que distinga bien los colores: y que haga acertado juicio de ellas.

            Nuestro Redentor tiene dicho que se levantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos, y que se levantarán muchos falso Cristos y falsos profetas, y que harán grandes señales y milagros eficazmente que si posible fuese serían también engañados los elegidos, y perecerían juntamente con los malos.

            Y Pablo profetizó que en los postrimeros tiempos, algunos faltarán de la fe, y se darán a espíritus engañadores, y a doctrinas de demonios.  También Pedro dice que como hubo falsos profetas en el pueblo, asimismo habrá entre vosotros falsos doctores que introducirán encubiertamente sectas de perdición, y negarán al Señor que los rescató, y que muchos seguirán sus disoluciones. Puesto que todos los cristiantos por vivir en carne, y morar en este destierro, están en peligro de ser engañados, y de caer en las miserias sobredichas: empero mucho más lo está la gente popular, por ser ignorante de los beneficios de Dios, y estar privada de los medio que él tiene ordenados para conocerle, y servirle.  Por estar defraudada de este bien, está expuesta a la presa de los falsos profetas y engañadores.

            Por esto es menester darle esta defensa necesaria que el Señor dejó proveída para todos los que tienen nombre cristiano: con que pueda ocurrir y evitar el daño que le puede venir.  Los pastores que tienen a cargo las ovejas del Señor, y son celosos de su gloria, y de la salud de ellas, con este pasto se las deben apacentar y meterlas en estas sagradas dehesas, donde coman, y se recuesten, y den frutos dignos del Señor cuyas son.  Porque esta es la tina miera para sanarles y preservarlas de toda roña de vicios y pecados, están atemorizdas, y asombradas, por haberles hecho en creyente que caerán en pecados, y que morirían mala muerte, si pacentacen en estas dehesas de vida, y de paz, en que el Señor tiene tan mandado que se las apacienten.  Por esto es menester que el que se precia de buen pastor, se apiade de ellas, y que las atraigo con amor, y con mansedumbre a que reciban aquí sustentación y vida con que pueda perseverar en bien hasta el fin.  Y si por ventura hubiere alguna faltas de tales pastores, entonces están las ovejas más a peligro, y por tanto es mayor la necesidad que tiene de estos avisos divinos, y los deben de saber, y leer con mayor cuidado: para no perder el tino en negocio tan importante cual es el de su salud: y para acertar a seguir continuamente a su buen Pastor, despertar a su silbo, y oída su voz acogerse a su rebaño: para estar refrigeradas, y amparadas a su sombra.  Nadie tiene poder de prohibirles el pasto en estas dehesas, si por ventura no se piensa falsamente que para defender las cosas justas y necesarias a la salud ay quein tenga mayor autoridad en la tierra que la del Señor del cielo para mandarlas.

            Ninguno ama más a sus ovejas ni es más celoso de su salud que el que murió por ellas.  Por esto les da su testamento, por cuyo medio puedan conocer el beneficio de su muerte, y ser conservadas y guardadas en él.  Y pues les tiene dado y concedido este tan necesario bien, nadie se lo puede quitar, ni se lo debe prohibir, sino quiere mostarse claramente ser capital enemigo de él y de ellas, y dar a entender que tiene hecha alianza con el príncipe de las tinieblas, y que es a una con los que batallan contra el Cordero.  Por este Testamento nos hace Jesu Cristo herederos de su Reino, y nos declara su última voluntad como suele hacer un testador para que sea ejecutada después de su muerte.  Todos si acepción de personas somos llamados a poseer esta herencia.  Ninguno es desechado de ella si lo quiere recibir, y conocer a Cristo tal cual nos fue dado el Padre.

            Y por esto todos los que somos cristianos debemos guardar, leer, y aprovecharnos de este Testamento, como cosa que nos pertenece justísimamente.  Porque ¿quién es el hijo, al cual no pertenece la herencia de su padre?  Y pues todos hemos recibido que es la marca divina de hijos de Dios, sin duda nos pertenecen las mandas de su Testamento.  Y si nos pertenece gozarlas, también nos es necesario leerlas, y saberlas.  Porque el menosprecio de conocerlas y saberlas es inhabilitarse y entorpecerse para venirlas a gozar.  Sin este Testamento no podemos aspirar al Reino de Dios no tener entrada en él.

            Sin él no sabemos los bienes y Promesas que nos hizo Jesu Cristo, ni la gloria que nos tiene aparejada.  Sin él ignoramos lo que nos tiene Dios mandado, o defendido, y no podemos discernir el bien del mal, ni la luz de las tinieblas, ni la verdad de la mentira.  Sin el Evangelio no podemos andar sino descaminados y perdidos.  Mas por conocerlo y recibirlo, somos hechos hijos de Dios, consortes de los Santos, ciudadanos del Reino de los cielos, hermanos y herederos de Jesu Cristo, por el cual somos llenos de bienes, y libres de todo mal.  El Evangelio es Palabra de verdad, y es fuente de vida: es potencia de Dios para dar salud a todos los que creen y reciben.  Cristianos entended y sabed esto en que tanto va:  Porque el ignorante perecerá con su ignorancia, el que ama las tinieblas, será hijo y heredero de ellas, y el ciego que sigue a otro ciego caerá en el hoyo.  Un solo camino hay de salud, que es conocer y seguir a Cristo: tener fe y esperanza en Dios, y ferviente caridad con el prójimo.

            Si menosprecias ver, oir, y leer el Evangelio que es el medio de conseguir esto bienes: ¿dónde está veamos vuestra esperanza?  ¿en qué tenéis fundad vuestra felicidad?  ¿quién os dará socorro al tiempo de menester?  ¿qué tal pensáis que será vuestro fin?

            Si los que aman al mundo sufren tantos cansancios y fatigas por gozar de sus vanos placeres, nosotros que somos llamados a conocer, amar, y a gozar de Dios, porque no nos emplearemos en leerla, entenderla y tratarla familiarmente: Los que se dieren a ella están seguros de no ser arrebatados de las desapoderadas corrientes de los errores y calamidades que vienen por el mundo, y comprehenden a los desapercibidos, y mal seguros en cosas vanas.

            No produce el Evangelio efectos contrarios sino semejantes a su naturaleza en los que con humildad lo leen, y lo reciben.  Como es luz, los hace hijos de luz:  Como es verdad, y fuego consumidor, los hace amadores y seguidores de la verdad, y destruidos los errores, los conserva en ella, y los inflama del amor divino, y consume y seca en ellos todas malas concupiscencias.  No vino el Hijo de Dios a engañar a los hombres, sino a sacarlos de las tinieblas de los engaños en que los tenía el demonio cautivos: ni nos dejó tal doctrina que los haga errar: Ni tampoco hay en ellos poder para destruir la luz, ni hacer que la verdad sea mentira. 

            Bien pueden ellos anegarse en tinieblas, y hacerse esclavos de la mentira, pero la verdad sse queda verdad, y la luz no pierde nada de su ser.  De su propia naturaleza alumbra a lo que está en su presencia, y recibe la impresión de su luz.  Si muchos cierran los ojos adrede para no verla, y quieren más seguir las tinieblas del pecado que los mata, que no la luz de la verdad que les daría vida si la recibiesen.  Culpa de ellos, y no de ella:  De ellos nace su mal, y de ella proceden todos los bienes.  No pierde ella nada de su naturaleza, pero ellos se pierden a sabiendas por dejarla, o no quererla recibir.  Cuando nuestro Redentor predicaba en el mundo, y hubo muchos que de odio que le tenían, sacaron a placa sus propias maldades, y se endurecieron más en sus pecados.

            Otros tropezaron, y se entendieron de su doctrina con ser santísima y venida del cielo, y rebelaron contra él pertinacísmamente: Mas no por esto dejó de proseguir el curso de su predicación, y mandar a sus Cronistas que su doctrina, y todo lo que había hecho fuese puesto por escrito en lengua que todos entendiesen, para que los que quisiesen y hubiesen de ser salvos tuvieren en ella bastante medio de recibir salud.  El pan y el vino son viandas necesarias para sustentación de la vida humana.  Si muchos se embriagan con él, y emponzoñan a otros y se opilan otros con el pan, como acontece muchas veces: no por ello se han de quitar del uso común de todos.  Extraña manera sería de corregir los vicios de unos que son culpados, con matar de hambre y de sed a otros que no tienen culpa.  No porque muchos usaron de la doctrina del Señor, quitó su bondad, que los hombres fueren privados de ella, porque es espiritualmente mantenimiento del alma necesario y común para el uso y sustentación de todos los mortales.

            El sol con una misma virtud hace efectos contrarios según la diversa disposición de las cosas que reciben su influencia.  La cera dura, es ablandada por la fuerza de su calor: y con la misma fuerza el lodo y la tierra se secan.  De la misma manera el sol de la verdad se endurece, y seca a los rebeldes y pertinaces en su pecado: Y ablando, y calienta a los que por pecadores que hayan sido, se arrepienten, y se le sujetan sin hacerle resistencia: los guía, y alumbra mientras viven hasta meterlos en la posesión de la vida eterna.  Si ay gente de tan dura condición que querrían que no hubiese sol que alumbrase, y destruyese las tinieblas: Los que de verdad desean salir de ellas, no hay porque deban ser privados del beneficio de la luz del Evangelio.

            La pertinacia que los unos tienen en el mal, no es causa, ni debe ser ocasión para que los otros sean privados, y defraudados del bien.  Si cuanto a esto el mal de unos hubiese de empecer a otros, ninguno hubiese sido salvo, pues fueron y son siempre en mayor número los que repudiaron, y repudian la salud que los que la reciben.  El Señor según su sabiduría con que todo lo hizo y lo gobierna, quiere que su verdad, ande entre los hombres, no embargante que muchos de éstos la contradigan, la desechen, y traten desacatadamente, como lo profetizó el santo Simeón.  No hace Dios nada a ciegas como los hombres mortales y corruptibles, ni está ignorante de los sucesos que han de tener todas las cosas.  Bien sabidos los tiene todos mucho antes que sean: Mas como es de naturaleza misericordiosa, quiere que todos sean salvos: por esto se la da como medio propio y necesario para alcanzar salud: Para que los que la recibieren y obedecieren, sean salvos: Y los que de ellos fueren tan ingratos que la desecharen, y blasfemaren, queden sin excusa delante de su juicio, por haber amado más las tinieblas que la luz.  Seguir pues, y abrazar esta verdad, es nuestra verdadera gloria, y lo con que vencemos a nosotros mismos, y a todos los males que nos oprimen y fatigan.  Y es también cumplimiento de la profesión que todos, cada uno por su parte hicimos en nuestro bautismo, donde totalmente fuimos dedicados a Dios, para obedecer y cumplir en todas cosas su santa voluntad, y no consentir jamás en cosa que sea contraria a su mandamiento y ordenación.  Y pues tanto importa a todo cristiano gozar de la vida eterna, conviene recibir y usar de este beneficio como medio necesario para entrar en ella.